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Foto del escritorCorda Ediciones

Voces

Ciudad de México, a 12 de octubre de 2018.

El lenguaje se deteriora, pero la función

de los poetas es revalorizar las palabras.

Octavio Paz

Toda palabra dice algo más de lo que debiera

y también menos de lo que debiera expresar.

José Ortega y Gasset

Voces

De todas las herramientas inventadas por el hombre, pocas hay más nobles y creadoras, y al mismo tiempo más perturbadoras, que las palabras. En el transcurso de la historia, las palabras han estimulado o retardado la ciencia, e impulsado lo mismo la cultura que el oscurantismo. Con las palabras decimos te amo y, te odio; con ellas elevamos una plegaria y musitamos una oración o maldecimos cegados por la ira; con ellas acariciamos los oídos del hijo en la cuna y creamos, como los magos del circo, un mundo de amor e ilusión.



La Biblia considera que el origen del lenguaje es divino, pues Dios dotó con él a la criatura humana. Los antropólogos y filólogos creen que las herramientas y el lenguaje debieron iniciarse casi en la misma época. Los griegos explicaron los orígenes del lenguaje como una necesidad natural inherente al ser humano, sin mayor explicación. Gotfried Leibnitz creía que todos los idiomas nacieron de uno primitivo. Para Darwin, el lenguaje nació cuando el hombre trató inconscientemente de imitar con las cuerdas vocales los gestos de las manos. E. H. Sturtevant pensaba que el lenguaje comenzó como un esfuerzo por ocultar las emociones e intenciones de los gestos, miradas y sonidos vocales involuntarios. Otra hipótesis relaciona el lenguaje con gritos primitivos de sorpresa, miedo y dolor. También se ha asociado con los gemidos y gruñidos que acompañan a los esfuerzos musculares intensos. Tan oscuro como el origen del lenguaje es el de la escritura. Las primeras representaciones de palabras parecen haber sido nudos, marcas en palos u otros signos que tenían sentido para el autor y otras pocas personas. En algunas civilizaciones tales recordatorios mnémicos alcanzaron un alto grado de perfeccionamiento hasta el punto de registrar fechas históricas, leyes y edictos. Los más complejos fueron los quipus de los incas precolombinos, formados por hilos de diferentes colores colgados de una barra transversal. El próximo paso fueron los dibujos realizados en las paredes de las cuevas por los hombres prehistóricos y cuyas expresiones se pueden considerar como precursoras de la escritura moderna. Las combinaciones de varias pictografías formaban ideogramas (como los actuales del chino moderno); los símbolos del sol y de la luna, por ejemplo, se unían para representar la idea de lo brillante o los de la mujer y el niño, para representar la felicidad. Los primeros en pasar del dibujo a la escritura parecen haber sido los sumerios que vivieron en el valle del Tigris-Eufrates hace unos cinco mil años. A las toscas pictografías sumerias, siguió la escritura creada por sacerdotes y funcionarios para llevar las cuentas de los bienes y actividades religiosas. Babilonios, hititas, egipcios, chinos, mayas y aztecas desarrollaron un sistema de escritura muy similar al sumerio, aunque no llegaron a crear un alfabeto. La transición de la escritura ideográfica al alfabeto quizá ocurrió cuando pueblos de menor cultura se pusieron en contacto con los egipcios. Actualmente, se estima que la humanidad habla 7,100 lenguajes diferentes que pueden condensarse en cinco o nueve familias principales. No obstante, a lo largo de la historia también se han desarrollado lenguajes artificiales como el Nadsat de “La naranja mecánica”, el Na’vi de los habitantes de Pandora del “Avatar” de James Cameron, la élfica de J.R.R. Tolkien y el Dothraki de “Juegos de tronos”, o el esperanto, que ha sido la más cercana a convertirse en una lengua.



El saber utilizar las palabras es un privilegiado atributo humano. Sin la palabra no habría pensamiento y sin pensamiento no habría humanidad. Es la palabra instrumento de creación y de comunicación. La hablada y la escrita son las más fieles servidoras del pensamiento y son las alas que le permiten saltar, como el ave por las ramas, de una mente a otra. Son las palabras los hilos de oro con que tejemos nuestros sueños y construimos castillos de ilusión; son las palabras el eco de nuestra alma y el sonido de los sentimientos que anidan en nuestro espíritu. Son también las perlas que ensartadas debidamente nos dan el poema inmortal o el, simple, sencillo y maravilloso, te quiero…



Sandra Cara Camarena

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