A veces los escritores, y también los críticos y los profesores,
olvidan que la gran vocación de la literatura es hacer sentido de nuestra vida,
y te encierran en un ejercicio estéril, puramente formal.
Tzvetan Todorov
La crítica literaria se fue construyendo a sí misma a lo largo de los años. Desde Halicarnaso hasta la era digital, no ha sido fácil su camino, ya que como toda actividad que se mueve en el mundo de lo subjetivo, no ha estado exenta de detractores y momentos –como el actual–, que la han visto disminuirse o achicarse al servicio de diversas interpretaciones y posibilidades. A ello hay que sumarle el lugar un tanto narcisista en el que algunos críticos se han ubicado, siendo además algo innecesario a la luz del privilegiado lugar que histórica, cultural y socialmente han detentado. Formar parte de esta reducida élite era un logro extraordinario que, a su vez, enaltecía su propia labor al convertirse en el eslabón mediador entre el escritor y sus lectores. Es posible afirmar que estamos en el umbral del ocaso de este género o subgénero literario desde una óptica tradicional, y ello obliga a dirigir la mirada al mismo crítico, que se ha encargado de desvirtuar su labor, abriendo la puerta no solo a la desvalorización de la propia crítica, sino al surgimiento de nuevos críticos sin la preparación y objetividad necesarias para emitir un juicio que permita darle sentido a un libro, ubicándolo en su contexto, explicando su relación con otros libros y a partir de estos, etc. Quizá esta desprofesionalización ha generado que se sometan con mayor ligereza a intereses lejanos a su función inherente y que esa ligereza con la que han oscilado de un lado a otro sin reparos, esté siendo percibida como su principal desventaja. Antes se percibía al crítico en función de la literatura misma, hoy se ve en función de intereses mercadológicos y comerciales como la misma promoción de los libros. De tal manera, que un juicio de valor que responda a ello carecerá de veracidad para el lector. Y aquellos que piensan que el lector carece de criterio para poder discernir entre un tipo de crítica formal y seria, de aquella que responde a otros intereses, solo denota sus propios vacíos y complejos como lector, aunado al posible desconocimiento de áreas fundamentales para poder ejercer una crítica literaria, como conocer el perfil del lector al que va dirigida determinada obra. Lo cual refuerza aún más la premisa de la ligereza con la que hoy cualquiera puede emitir una crítica.
No hay que olvidar que al hablar de conflicto de intereses no solo se refiere a una relación del crítico con un tercero. No hay peor traición que enfrentarse con el crítico al que le gusta “leerse a sí mismo”, para quien el libro solo es la herramienta para mostrarse al mundo a partir de su gran bagaje literario y sus habilidades escriturales, dejando en segundo plano el objeto que le da razón de ser: lo escrito por otro. Y es en esa lucha en donde al crítico se le presenta la disyuntiva sobre hablar del otro desprendiéndose de sí mismo, o asumir el protagonismo evidenciando el egocentrismo al que tantos detractores han señalado como el principio del fin de la crítica literaria del buen hacer.
Es cierto, que la web 2.0 ha abierto nuevas posibilidades en todos los ámbitos de la vida, y el literario no se escapa del entramado que crece sin prisa, pero sin pausas. Ello ha abierto el abanico de posibilidades en cuanto a acceso a libros, críticas y nuevos actores que se mueven a ambos lados de la rueda literaria. Y el debate que ha surgido en torno a estos nuevos actores ha puesto aun más de manifiesto la perdida de credibilidad ética del crítico. Podríamos analizar las razones a ambos lados de la rueda; es decir, las hay inherentes al propio crítico, como externas sujetas a los diversos contextos históricos, culturales y sociales; sin embargo, este espacio no da para más. Lo que sí podemos afirmar es que el crítico literario es un referente cultural necesario y que ha tenido y tiene la posibilidad de reinventarse para dar respuesta al nuevo perfil de lectores, a las nuevas formas de leer, así como a la gran diversidad de libros que circulan, lo cual, también obliga en términos de justicia literaria, que ya no se hable de élites, sino de democratizar y abrir el abanico de posibilidades a nuevos actores que participen en el mundo de la critica literaria generando espacios de formación y especialización encaminados por los mismos críticos literarios. Todo ello obliga al actual crítico a poner distancia a intereses que no sean el mediar entre un libro y sus lectores, y que a partir de ello se revalorice un género que ya nació oliendo a expiración.
SCC
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